Letras, letras y más letras. Dispuestas de cualquier manera. Como cuando de repente el bochornoso calor de una tarde de verano se deshace y comienzan los truenos, la tormenta. Como cuando, después de todo, somos capaces de desahogarnos, en forma de sílabas.
Tú, princesa,
madruga una tristeza y
sonríe antes de que amanezca.
Porque la ley de las horas
ha cerrado el último bar.
Que la ley de los ojos cansados
no te permite llorar más.
Que la ley de los buenos amigos
nunca te abandonará.