El pueblo amanece encapotado
lleno de borrones de tinta indeleble.
El frío roba a las casas
la poca cobertura de felicidad
que aún se guarda para el verano con esperanza.
En algún lugar, no muy lejos de aquí
las nuevas bombas acaban por romper el cielo.
Mientras el trayecto espera
a que el puzle se recomponga
con algo menos de miedo.
El pueblo anochece sin salud
y con tiritas bajo las conciencias.
El sueño no deja dormir a los soñadores
que luchan por un aire perdido
ya sin armas, ya sin alma.
Nos queda despertar y que no se fabriquen armas, que no se fabriquen bombas, que no exista la violencia como tal. Nos queda la esperanza. Nos queda que el número de asesinados y de asesinos se reduzca a cero.
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